Tengo miedo. Esa fue la primera sensación que invadió mi mente cuando vi el cuadro de Rothko, “Negro y Marrón” leí al lado del mismo, el nombre de la obra. La galería estaba iluminada tenuemente, como si quisiera darle un aire de misterio al lugar. Los colores en el lienzo parecían emanar una energía que me dejaba inquieto.
Me acerqué al cuadro, sin saber por qué me sentía atraído hacia él. Cada tonalidad de color parecía tener su propia historia, su propio significado. Me perdí en esos campos de color no había figuras reconocibles, solo líneas de colores. ¿Esto era arte? o ¿era arte por lo que me hacía sentir?
El miedo inicial se convirtió en una sensación extraña de fascinación y curiosidad. Quería entender lo que veía, quería sumergirme en esos colores y descubrir su significado oculto. Mis ojos seguían fijos en el cuadro. No sabía si llamaba la atención de los guardias, pero notaba el peso de una mirada en mí, ¿pensarían que quería dañar la obra?
Fue entonces cuando lo vi. Una figura, una silueta tenue, emergiendo de las líneas. Parecía una mujer vestida de rojo, sus ojos se encontraron con los míos, y sentí como si me estuviera mirando directamente desde el cuadro. Su mirada transmitía una mezcla de tristeza y desesperación. Mi corazón latía con fuerza, me sentía aterrado.
No sabía si mi cabeza me estaba jugando una mala pasada, pero sentí como si todo desapareciera a mi al rededor quedando solamente el cuadro y yo en el lugar, la figura vestida de rojo viendome fijamente, con sus ojos llenos de tristeza, desconociendo si esta inquietante forma querría algo mí. Estaba aterrado.
La figura se acercó a mí, extendiendo su mano como si quisiera llevarme consigo. Sentí una mezcla de emociones: miedo, curiosidad, fascinación. Ignorando mi cordura y sentido común, me dejé llevar por la oscuridad. Su vestido fue lo último que vi, el momento exacto en que el rojo se disolvía en negro.
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